-- un reseña de José María Martínez / Tive, 2015
Se abre "Llamada perdida" (Malpaso, 2015), la nueva recopilación
deliciosamente miscelánea de Gabriela Wiener, con una "Advertencia"
o especie de defensa de su escritura:
"Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar
las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin
mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en
minúscula y por lo general sospechosas."
A estas alturas —a estas lecturas de Joan Didion— la
justificación debería ser innecesaria. La ficción está sobrevalorada. La
ficción ha calado tanto en nuestra manera de entender y narrar la realidad que
hemos conseguido deformarla. No necesitamos más ficción. Ya nos han contado
demasiados cuentos.
La literatura de Gabriela Wiener (Lima, 1975), rara ave
emigrada a España, se nutre de la realidad y se expresa en primera persona
púdicamente desinhibida, derramando sentimentalidad cruda, tierna rudeza y un
humor negro característico aplicado principalmente a sí misma.
Sus primeros reportajes, por ejemplo los recogidos en "Sexografías"
(Melusina, 2008), la convirtieron en referente del periodismo
gonzo. Era la joven deslenguada que vivía por nosotros las experiencias más
peliagudas. "Nueve lunas" (Random House, 2010), su
maravillosa crónica de embarazada, demostró que la vida privada era el más
fascinante de los mundos. Nos conmovió con sus vivencias personales como mujer
extranjera económicamente en vilo y nos hizo amar a su pequeña familia.
En "Llamada perdida" volvemos a ser voyeurs
privilegiados de su cuerpo y su universo de amistades y familiares. Volvemos a
saber —lo
que ella nos permite—
de Jaime y de la niña Lena, de Lima y Barcelona. Su estilo ha madurado
espléndidamente, adquiriendo un tono lírico que estaba latente y que ahora
alcanza altas cotas de emoción. "Llamada perdida" genera
abundantes sentimientos de empatía y lágrimas. Pero ya no somos simples
mirones, ahora podemos además vernos reflejados en un espejo y reírnos con ella
de nosotros mismos.
Descubrimos también un nuevo tono político en este libro lleno de
subrayables:
"Detengámonos por un día. Un día. Intentemos vivir al margen, no
producir como nos dicen que produzcamos, no consumir como nos dicen que
consumamos. No participar del sistema. No hacer nada. (...) Hay que
organizarse, crear redes, establecer alianzas, rescatar la tribu. Resistir. No
hacer nada."
También debuta como crítica literaria alternativa con dos magistrales
retratos-entrevista a Corín Tellado e Isabel Allende —donde Roberto
Bolaño, después de haber sido venerado en el primer capítulo, recibe de lo
suyo. Es marca de la casa: Gabriela es "rara, extrema,
contradictoria", gratamente incómoda y culo de mal asiento, droga para
lectores libres.
"Llamada perdida" hace
referencia a cierto "mítico libro de poemas inédito". Tras
años de ser "poeta secreta", el libro ya ha sido publicado.
Podemos no entender "Ejercicios para el endurecimiento del
espíritu" (La BellaVarsovia, 2014) de varias
maneras, y leerlo mal al margen de una biografía —que está ahí, con sus lugares y recuerdos habituales— o creyendo que
ya lo sabemos todo porque nos lo ha contado antes con pelos y señales en prosa.
Pero la poesía, el género que más se presta a imposturas, en manos de
Gabriela Wiener es el que más fielmente refleja la realidad. No para
embellecerla o enmascararla. Es la realidad que sucede toda dentro de nuestra
mente y que se explica mejor con metáforas y recuperando los juguetes de la infancia.
La poesía —herencia
de un padre cuyos poemas deconstruye—
la obliga a condensar en unos versos lo que efusivamente trató de contarnos con
un mayor número de palabras y alardes de desparpajo. En este esfuerzo, fuera de
ironías, logra Gabriela hacer recuento de su vida sin tener que crear un
personaje. Sin minifalda de cuero y sin maquillaje, más desnuda y presente que
nunca.
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